Operación bebé (3era. parte)

Leer 1era. parte

Leer 2da. parte

Mi esposo quedó sin palabras al recibir la noticia de nuestro embarazo. Esperé a que llegara a casa para llamar a toda la familia y hacerles saber que en unos meses más habría un pequeño llenándonos el corazón de alegría.


Obviamente hicimos cita con el médico para empezar el seguimiento, realizó un ultrasonido y sí, ¡ahí estaba! un pequeño punto que indicaba que había algo dentro de mí. Dios nuevamente nos había escuchado. Todo fue felicidad por unos días, los síntomas continuaban, pero una mañana tuve un sangrado, leve y oscuro. Como toda primeriza corrí al consultorio del doctor, hizo una revisión y me dijo que no había nada anormal, que el embrión seguía ahí, que me fuera tranquila y que tuviera reposo absoluto, que el sangrado pasaría.


Al siguiente día el sangrado se hizo más intenso y más rojo, ¡eso ya no era normal! Nuevamente fuimos al médico y al hacer otro ultrasonido nos confirmó lo que sospechábamos: ese pequeño embrión que sería nuestro hijo, no existía más. La noticia acabó con mi poca calma, solté en llanto y lo único que pude hacer fue abrazarme a mi esposo, creo que nunca nos habíamos sentido tan solos como en ese momento.


Ni modo, con lágrimas y dolor hicimos las llamadas necesarias para informar la nueva situación. Casi todos nuestros familiares lloraron con nosotros. Fueron tres días de dolor físico, cólicos, falta de hambre, desgano y depresión. Por supuesto que empecé el proceso de duelo. No podía creer que esto estuviera pasando, a mí, a nosotros. ¿Qué había hecho mal? ¿Era acaso una mala persona? Dejé de asistir con el médico, me negué a continuar. Me volví más malhumorada de lo normal.


El tiempo fue pasando, para mí, pasó lentamente y poco a poco retomé mi vida. El dolor físico, los cólicos, la falta de hambre y el desgano se fueron, solo me quedó la depresión. Esa rabia que sentí se convirtió en tristeza, el llanto me asaltaba cada vez que veía a una mujer embarazada, un bebé, un niño. Mi vida social se vio reducida a mi esposo y nuestras salidas en pareja. Me encerré en mí misma, no hablaba del tema con la gente, lo evadía. Sólo lo hablaba con mi esposo.


Para mí ya se había vuelto una obsesión tener un hijo. Nuestro tema de conversación giraba en torno a eso y obviamente el estrés era mucho, el ambiente denso y mi amargura crecía.  


Dicen que Dios no te envía nada que no eres capaz de soportar, no lo entendía en ese momento. Pero estoy segura que fue Él quien me envío por casualidad con Pamela Castillo, psicóloga que dirige el taller Programa Integral de Fertilidad. Me sentí identificada con lo que ella escribía, me ayudó el saber que hay mujeres que han pasado por lo mismo, algunas en situaciones más graves que la mía, pero lo emocional se vive igual. Creo que a Pamela no le conté mi historia, me dediqué a comentar y participar en su página y por supuesto, a seguir sus consejos. Así que Pamela, un enorme GRACIAS por toda la ayuda que sin saber me diste.


Empecé una vez más el proceso de sanarme, perdonarme y entender que no había hecho algo mal, que no era culpable; mi esposo tampoco. Hablamos del tema y me di cuenta que los dos habíamos perdido un hijo (aunque algunas personas dicen que era nada porque no estaba formado; era vida y es lo que cuenta), los dos estábamos sintiendo lo mismo, a él también le dolía. Comprender esto hizo que nos fortaleciéramos como pareja.


Dios también envió un pequeño ser a nuestro cuidado, un peludo de cuatro patas que hizo nuestra vida más alegre y nos unió como familia. Invadió tanto nuestras vidas como nuestros corazones, se nos olvidó la operación bebé. Lo primero que nos enseñó fue a disfrutar el momento, la vida es este instante en el que escribo, en el que lees.


Así dimos por terminada la operación bebé, así empezamos a retomar nuestra vida. Una sorpresa esperada llegó inesperadamente un tiempo después, la tomamos con calma, la vivimos en pareja unos meses antes de darla a conocer. Ahora sí, era un hecho: un pequeño venía en camino.


De hecho, al escribir esto, ese pequeñín ya cuenta con cinco meses de edad, es risueño, sociable... ya hablaré de él en otro post. Por hoy, creo que ha sido suficiente.


Sólo me resta decir que: Los tiempos de Dios son perfectos y que la voluntad de Dios es buena, perfecta y agradable.

No hay comentarios