Con el matrimonio viene... un gran cambio de vida.

Se acabó la fiesta, ya no más organización, no más elegir las flores, vestidos de dama, centros de mesa, manteles, música, menú, etc., etc., etc. ¿qué haré entonces con todo ese tiempo que le dedicaba a la boda de mis sueños?

¡Despierta! Ahora viene lo mero bueno. En mi caso, para empezar tuve que empacar todas mis chivitas, ya que debía mudarme no a otra casa, ¡a otra ciudad! Y ahí me di cuenta toda la basura que guardamos las mujeres solteras (y las no solteras también) por sentimentalismo, por chachareras, por lo que sea, pero digo, no cabía en un cuarto de 4X4 mts. así que empecé a elegir entre ropa, zapatos, bolsos, revistas, libros, películas, accesorios, fotografías, bueno, elegí hasta los bolígrafos.

Fue una decisión difícil, hice a un lado todo lo que tuviera que ver con el corazón, es decir: "me llevo lo que me sirva y lo que sé que voy a usar, no en tres meses, en este mes". Después de tener una colección de 30 pares de zapatos y aproximadamente 20 bolsos me quedaron ocho pares y 7 bolsitas, que si eres mujer tú que estás leyendo, comprenderás que es una bicoca; de la ropa, resumiré que una maleta grande y una mediana fue todo lo que pude rescatar de ese clóset en el que según yo "no había nada que ponerme" y en el que encontré prendas aún con la etiqueta puesta y que porsupuesto, ya no me quedaba porque los nervios de mi ya cercano matrimonio habían logrado que comiera como "pelona de hospicio".

Mi pobre coche, mejor dicho, nuestro pobre coche (ya que estás casada las cosas son de los dos) iba vomitando tiliches. Así fue como comencé esta aventura llamada matrimonio, con un coche lleno de esperanza, amor y un miedo que para qué te cuento.

No hay comentarios