Sólo quiero un pretexto.

Un día, saliendo de mis clases de Inglés (¿si les dije que estoy tomando clases de Inglés?) bueno, salí de la escuela y justo allí, frente a mí, dirigiéndome una mirada coqueta, seductora, pavoneándose sobre sus 10 centímetros se encontraban los zapatos más hermosos que había visto hasta ese momento de la temporada Primavera - Verano 2011; por suerte la tienda ya estaba abierta, así que pude entrar y tocar, mejor dicho, acariciar esas bellezas y, como toda mujer, me imaginé caminando con ellos por la calle, se sentían comodísimos, como andar sobre nubes. Justo al lado, un bolso haciendo juego, ¡por Dios!, era como estar en el paraíso sin haber muerto, volteaba a un lado y más zapatos, hacia el otro bolsos y blusas, sinceramente yo creo que no hay mejor droga para las féminas que estar en un lugar así. Lo siguiente que hice fue buscar en la suela esa pequeña etiqueta blanca con unos numeritos, que esperaba con todo el corazón no pasara de tres dígitos y el primero de izquierda a derecha no fuera mayor del 5. Y así fue, hice un cálculo rápido de mis finanzas esa quincena, yo creo que ni en mis exámenes de matemáticas en la escuela fui tan precisa y rápida como en ese momento; el resultado era que sí podía comprarme ese par de maravillosos zapatos, decidida me dirigí hacia la vendedora para pedirlos a mi medida, y en ese momento pensé: "¿Y qué voy a decir en casa cuando los use y se den cuenta que son nuevos?" Porque los zapatos nuevos, como el amor y el dinero NO SE PUEDEN OCULTAR.

Los regresé a su lugar, mientras trataba de encontrar un mínimo pretexto para comprarlos sin remordimiento alguno (aunque no lo crean, todavía tengo remordimientos cuando hago compras porque sí). Pensé: Sólo tengo un par de color piel, dos pares de botas café, botas negras, botines negros, stilettos de charol negros, casuales de tacón negros, flats morados con negro, café y unos blancos, mis tenis blancos, unos grises, los mocasines negros, las sandalias negras, las doradas, las blancas, las sandalias de tacón en tonos café que sólo he usado dos veces en tres años, los rojo quemado maravillosos que no uso porque me aprietan, los formales dorado con cobre, ¡ah! olvidaba los de plataforma negros... el caso es que por mi mente pasaron todos mis zapatos con todos sus recuerdos y llegué a la conclusión que, efectivamente, necesitaba un par como los que acababa de ver, porque no tengo en ese color ni en ese estilo.

Ha pasado una semana desde que me enamoré a primera vista. Todos los días, después de mi clase paso a verlos, creo que se está convirtiendo en un amor platónico. Pero aún no encuentro ese pretexto perfecto que pueda evitarme la culpabilidad por comprar otro par de zapatos por el mero gusto de tenerlos.

No hay comentarios