Hace unas horas charlaba con una buena amiga por chat, ella me contaba que estaba molesta, como agua para chocolate y lo que le sigue con su marido, la razón no es aquà lo importante. El meollo del asunto es que, sin querer empezamos a referirnos a él en plural, de un momento a otro dejo de ser él para ser "todos los hombres" y es que, cuando nos enojamos con algún representante del género masculino inmediatamente asumimos que "todos los hombres son iguales".
De tontos no los bajamos, y ya pensando con la cabeza frÃa debo reconocer que las tontas somos nosotras por aguantarles y seguir con ellos. Que si nos ocultan las cosas, que si se van a quién sabe dónde con quién sabe quién, que si no nos valoran, que si no nos ayudan económicamente como nosotras queremos, que si no nos apoyan en las labores de la casa, y la lista serÃa interminable, porque al buscarle defectos al sujeto empezamos a colgarle milagritos.
El caso es que, el nivel de erupción visceral que sentimos cuando nos enojamos va aumentando conforme pasa el tiempo y nos damos cuenta que continúan con las mismas actitudes (las cuales habÃan dicho que no volverÃan a suceder y que nosotras creÃmos cumplirÃan), y obvio, lloramos de coraje, nos da dolor de cabeza, la gastritis que ya habÃamos controlado surge con intensidad, empezamos a investigar y ¡zas! abrimos la cajita de pandora, porque descubrimos más y más "tonterÃas" (porque eso pensamos nosotras que son, bueno, también las llamamos de otras maneras más soeces). Y aquà viene otra preocupación: ¿cómo le reclamo al interfecto sin que se entere quién me lo dijo? porque claro, no queremos perder la fuente.
Si se les ocurre algo, por favor, escrÃbanme para hacérselo saber a mi amiga y pueda desquitar su coraje.
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