Tiempo al tiempo.

Cuando somos solteras tenemos todo el tiempo para nosotras mismas, es decir, dividimos nuestras 24 horitas como mejor nos plazca. Ocho para dormir, ocho para trabajar, cuatro para el café o el shopping, dos para comer, y las últimas dos para ponernos lindas.

Estando en matrimonio y sin trabajar, nuestra agenda sufre cierta deformación, continuamos con nuestras mismas ocho horas para dormir (bueno, hay que aceptarlo, a veces menos a veces más), las ocho que dedicábamos a trabajar ahora son para el arreglo de la casa, las cuatro del café o shopping las sustituímos por lectura, internet o televisión (abierta, porque no tengo por cable, así que lo acepto, veo telenovelas). Obvio es, que estas horas no son seguidas, sino que las voy combinando de acuerdo a mis prioridades del día.

Y bueno, como quiera que sea, cuando estamos solteras con novio, acomodamos todo para tener tiempo juntos, las horas a su lado son cortísimas y absolutamente todo lo que hacemos con él es ¡maravilloso!

Cuando nos casamos (o en algunos caso sólo se "arrejuntan") ya no podemos ver nuestros programas favoritos sin contratiempos, cenar a la hora que se nos pegue la gana o no cenar, hacer compromisos con amigos para reuniones una sola (¿qué tal que el esposo no quiera ir?).

Es lindo estar casada, pero como mujeres vanidosas (y no digan que no) extrañamos disponer de nuestro tiempo para nosotras mismas e ir a la estética y hacernos un tinte, o las uñas, o ya de perdida un masajito aunque sea en los pies cuando nos hacen el pedicure. Y es en este momento cuando el futbol de los jueves en la noche se convierten en su tiempo y el mío. Y soy toda y completamente para mí misma.

No hay comentarios