Pidiendo ayuda.

Después de que medio aprendí a cocinar, ya saben sólo 4 ó 5 guisos para cubrir lo de la semana, pues quise experimentar, pero fue un total desastre, en primera porque realmente no sé para que sirven tantos utensilios ni tantas yerbitas que se le echan a cada comida, y ahí caí en la cuenta... ¡carajo! ¡debí poner más atención cuando mi madre guisaba!

Pensando que la autora de mis días sería mi salvación en esto de aumentar el menú por lo menos a 10 platillos (digo, para repetirlos cada dos semanas así aburro al esposo menos rápido) que le marco al celular:

- ¿Bueno?
- Mamá, ¿cómo estás?
- Bien, ¿y tú?
- Bien también. Oye te llamo porque quiero que me ayudes.
- ¿Qué te ayude? ¿En qué?
- Necesito que me des tus recetas, mejor dicho, que me digas como hago cada comida paso a paso, con palitos y bolitas.

Aquí cabe mencionar que una estruendosa carcajada salió del auricular, aunque fueron pocos segundos sentí que eran una eternidad y toda la arrogancia de mi vida de soltera cayó sobre mí en forma de color rojo (me puse colorada pues).

- ¿Tú? ¿pidiendo que te diga cómo cocinar? (aquí anexen otra carcajada).
- Ya sabes que yo no sé, y pues ahora tengo que aprender.
- ¿Recuerdas las veces que te dije que aprendieras y me dijiste que tú no habías nacido para la cocina?

Sabía que algún día esas palabras serían usadas en mi contra, aunque no imaginé que yo misma provocaría esto. Llegado a este punto y optando por tomar un papel menos humillante donde la llamada de atención estaba vestida de plática coloquial, le contesté:

- Todos decimos cosas sin pensar, entonces, ¿me vas a ayudar?

Y me dijo como hacer el estofado de salchicha y el de pollo, los nopales con pollo en salsa verde, aunque sus recetas más famosas se las guardó... yo creo que está esperando que le diga que aunque no nací para la cocina ya estoy viviendo un poco en ella.