Era una de esas noches tranquilas, me miraba en el espejo mientras realizaba el ritual de la limpieza facial diaria (sÃ, aquella que es necesaria desde los veintitantos), empecé a cepillar mi cabello cuando a lo lejos pude divisar (por que de ver, no vi nada claro) un destello de luz que salÃa de un diminuto cabello (unos 3 ó 4 cm. de largo), el cual se erguÃa orgulloso y ondeaba a todo lo que da, como bandera nacional en 24 de febrero; mis pequeños ojos se abrieron como platos mientras mi boca dibujaba una mueca de horror , sin quitar la mano de mi cabello como queriendo evitar que ese ente hasta hoy extraño en mà desapareciera de pronto, corrà hacia la recámara y tome esas pequeñas pinzas para depilar cejas regresando de inmediato frente al espejo para poder arrancar lo que crecÃa en mi cabeza como una señal inequÃvoca de vejez precoz: ¡UNA CANA! sÃ, ¡una cana! repetÃa una y otra vez; sin el menor remordimiento me deshice de ella con gesto de satisfacción, y a partir de ese momento, son una obsesión y esas pequeñas pinzas a las que bauticé como "saca-canas" mi amiga más cercana y fiel en el momento que me cepillo el cabello.
Después de esa singular noche, no ha habido una sola en que no espulgue mi cabello buscando canas por todos lados de mi cabeza, mi esposo cada vez que me ve haciendo eso dice: "¡Envejece con dignidad!" , yo le contesto que envejezco con dignidad pero que no quiero verme vieja. Porque seamos sinceros, una cosa es "estar" vieja y otra muy distinta "sentirse" y "verse" vieja.
Noche a noche realizo contorsiones incontables, acomodo el espejo por un lado, por otro, con tal de localizar la más mÃnima cana alrededor de mi cabeza, creo que si los productores del Cirque Du Soleil me vieran no dudarÃan en contratarme para uno de sus actos, pero bueno, sólo puedo escribir, que como cualquier mujer, estoy envejeciendo con mucha dignidad.
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